Cuando,
de vez en cuando, coincido con algún grupo en bodas, comuniones o
simplemente para tomarnos una cerveza, compruebo que apenas nadie de
los presentes se comen el pan que les ponen acompañando la comida y
menos aún si son mujeres.
Éste acontecimiento tantas veces repetido, me ha hecho pensar en lo que suponía en nuestras vidas de niños y adolescentes el pan.
Si lo analizamos detenidamente lo tomábamos de mil maneras distintas: pan con una “jícara” de chocolate (para algunos prohibitivo), pan con manteca, pan con chorizo, pan con tocino de veta, pan para migar el gazpacho, pan cortado en láminas finas para esponjarlo en la sopa, pan con aceite y azúcar (casi siempre se tenía en casa), pan con la nata fría de hervir la leche y espolvoreado de Cola-Cao (esto era delicioso en mis meriendas; aprovecharse los que aún compráis la leche recién ordeñada), pan regado con leche condensada La Lechera (esto era un lujo que solo se hacía de vez en cuando); algunos lo comían hasta con las migas y todos decíamos riendo: “Pan con pan comida de tontos, tu eres el burro y yo me monto”.
Para no continuar pues no acabaría nunca, no me quiero olvidar de los “sopones”, éstos eran muy variados. El sopón preferido mío, era cuando llegaba hambrienta del colegio y mientras esperábamos a estar juntos para el almuerzo, mi madre me mojaba un buen trozo de pan en el guiso de frijones que tenía cocido… Ese sabor del chorizo que se le echaba y con tanta hambre acumulada después del esfuerzo físico y mental, sabía a gloria.
Actualmente muchos lo tienen marginado en sus vidas y solamente lo comen de tarde en tarde cuando hacen migas.
Aquí, donde vivo, los mayores tienen una costumbre y es que cenan muchas noches una gran tostada de pan de pueblo.
Comparando aquellos años con los actuales hay momentos en los que me entristezco. Conozco a padres que les tienen suprimido a sus hijos el pan casi desde pequeños. Esto pienso que no es bueno. El aporte de pan diario, creo, no le debe de faltar a ninguna persona, racionándolo según su edad y el número de calorías que queme.
Pensando en la terrible lacra de la que somos espectadores el”Norte Rico”: LA MUERTE DE MILLONES DE NIÑOS POR HAMBRE, he querido fotografiar los vales de pan que existían en nuestro pueblo, para la compra del pan. Cada uno tenía un valor distinto y el que lo tenía por valor de muchos panes, supongo que era para el suministro de las tiendas.
Espero que los jóvenes y las generaciones venideras, sepan valorar los vales fotografiados y por qué cuando en los juegos se nos caía un trozo de pan al suelo, nos agachábamos de inmediato, lo limpiábamos y decíamos: “EL PAN BENDITO”… se soplaba para quitarle el polvo del suelo y ¡¡a comer!!
Alicia Garcia Gómez.
Éste acontecimiento tantas veces repetido, me ha hecho pensar en lo que suponía en nuestras vidas de niños y adolescentes el pan.
Si lo analizamos detenidamente lo tomábamos de mil maneras distintas: pan con una “jícara” de chocolate (para algunos prohibitivo), pan con manteca, pan con chorizo, pan con tocino de veta, pan para migar el gazpacho, pan cortado en láminas finas para esponjarlo en la sopa, pan con aceite y azúcar (casi siempre se tenía en casa), pan con la nata fría de hervir la leche y espolvoreado de Cola-Cao (esto era delicioso en mis meriendas; aprovecharse los que aún compráis la leche recién ordeñada), pan regado con leche condensada La Lechera (esto era un lujo que solo se hacía de vez en cuando); algunos lo comían hasta con las migas y todos decíamos riendo: “Pan con pan comida de tontos, tu eres el burro y yo me monto”.
Para no continuar pues no acabaría nunca, no me quiero olvidar de los “sopones”, éstos eran muy variados. El sopón preferido mío, era cuando llegaba hambrienta del colegio y mientras esperábamos a estar juntos para el almuerzo, mi madre me mojaba un buen trozo de pan en el guiso de frijones que tenía cocido… Ese sabor del chorizo que se le echaba y con tanta hambre acumulada después del esfuerzo físico y mental, sabía a gloria.
Actualmente muchos lo tienen marginado en sus vidas y solamente lo comen de tarde en tarde cuando hacen migas.
Aquí, donde vivo, los mayores tienen una costumbre y es que cenan muchas noches una gran tostada de pan de pueblo.
Comparando aquellos años con los actuales hay momentos en los que me entristezco. Conozco a padres que les tienen suprimido a sus hijos el pan casi desde pequeños. Esto pienso que no es bueno. El aporte de pan diario, creo, no le debe de faltar a ninguna persona, racionándolo según su edad y el número de calorías que queme.
Pensando en la terrible lacra de la que somos espectadores el”Norte Rico”: LA MUERTE DE MILLONES DE NIÑOS POR HAMBRE, he querido fotografiar los vales de pan que existían en nuestro pueblo, para la compra del pan. Cada uno tenía un valor distinto y el que lo tenía por valor de muchos panes, supongo que era para el suministro de las tiendas.
Espero que los jóvenes y las generaciones venideras, sepan valorar los vales fotografiados y por qué cuando en los juegos se nos caía un trozo de pan al suelo, nos agachábamos de inmediato, lo limpiábamos y decíamos: “EL PAN BENDITO”… se soplaba para quitarle el polvo del suelo y ¡¡a comer!!
Alicia Garcia Gómez.
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