jueves, 28 de noviembre de 2013

Planchas de carbón.






En este otoño en el que el frío se nos ha presentado sin aviso, en el que las parras del patio de Encinasola empezaron a quedarse desnudas a destiempo, gritándome que sus hojas tenían ya, esa mezcolanza de colores que tanto me gustan y que a su vez arrastran a mi memoria épocas de infancia y de tardes familiares, es ahora con éste frío, el que me ha hecho recordar las planchas de carbón.
Recuerdo llegar de la calle por la tarde, tras los juegos de entonces, con la nariz colorada y las manos ateridas. Al entrar en casa el olor a carbón me avisaba que mi madre planchaba e instintivamente apoyaba las manos en aquellas sábanas blancas de algodón que me proporcionaban el calor que necesitaba. En cuanto ella soltaba la plancha aprovechaba para abrir la trampilla trasera de ésta para que entrara más aire.
Por mi edad esto no duró muchos años, ya que llegó la eléctrica, pero debido a los cortes continuos de luz, nadie se deshizo de ellas, incluidos nosotros.
En la actualidad tengo cuatro y como las tengo en mi casa de Gerena, os mando la fotografía: La bonita (de la derecha) es española, la gruesa (al lado de la anterior) es portuguesa (eran de mi madre) y las otras dos, las compré en un mercado de antigüedades. Todas son auténticas, menos la que lleva el calderín (que es una réplica). Me falta aquella pequeña, sin carbón, que se calentaba directamente en el fuego; tal vez algún día consiga una, pues me hace ilusión.
Que paciencia entonces para ir elegantes y ahora con tanto vapor…¡¡¡nadie quiere planchar!!!
Un saludo: Alicia García Gómez.

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